¡Jo, qué noche! El cine de los premios FIPRESCI
¡Jo, qué noche!
El cine de los premios FIPRESCI
Adelina Calvo
Rafael Manrique
“El cine es una fábrica de sueños”, decía I. Ehrenburg. Pero tal vez tan poética definición no sea suficiente para hablar de la experiencia cinematográfica. Un arte nuevo hecho con imágenes, pero también con palabras, música, gestos, ideas…, que nació con la modernidad industrial. Allí donde estén los seres humanos de cualquier época futura, si guardan memoria de los siglos XX y XXI, hablarán del cine como una aportación fundamental a la comprensión de la condición humana.
Es también una forma de arte, un producto cultural sometido a crítica e interpretación. Por los espectadores y por los críticos profesionales. Son estos últimos, a pesar de sus, a veces, crípticos análisis, los que orientan la comprensión de un filme que no siempre es fácil. Algunos de ellos se agrupan en la Federación Internacional de Prensa Cinematográfica, fundada en Bruselas en 1930. Su actividad más conocida es la concesión de diversos galardones, siendo el más importante de los que conceden el Gran Premio de la FIPRESCI, que trata de destacar a la que consideran la mejor película del año. Se empezaron a otorgar en el año 1999. El primero fue Todo sobre mi madre, de P. Almodóvar; el último, en el 2015, a Mad Max: Furia en la carretera, de G. Miller. En el medio han sido premiados filmes de M. Haneke, J.L. Godard o R. Polanski entre otros. Tal vez no están todos los que son, pero sí son todos los que están.
La experiencia cinematográfica, a través de la generación en la vida de las personas de deseos y de proyectos en los que implicarse, contribuye a hacernos sujetos. Nos convierte en personas singulares. Existen otros dispositivos e instrumentos de creación de subjetividad, como son la familia o las redes sociales. Son poderosos, pero con tendencia a la conservación. Por el contrario, el cine nos abre a nuevas realidades de vida que pueden o no ser reales, que pueden ser o no probables; atractivas u horribles; pero conmovedoras, y a las que no habríamos llegado de otra manera. Hemos asistido a problemas, situaciones, ideas, sentimientos, amores, fracasos, odios, dolores, deseos… en Casablanca, Beijing, Manaos, Nueva York, Phnom Phen, Moscú, Nairobi, Des Moines, Lisboa…, en casi todas las ciudades del mundo y en casi todos los lugares de la Tierra…; y en algunos fuera de ella. El mundo de la experiencia humana se ha expandido y nos permite ser otros. Estamos hechos de narraciones, acciones y experiencias. De ellas surge nuestra subjetividad y nuestra emocionalidad. Y las tres son estimuladas por el cine. A eso hay que añadir el impacto que tiene el cómo cuenta lo que cuenta. No es solo lo que dice Escarlata, es cómo lo dice al lado de aquel árbol a contraluz. Nada menos que eso, hace el cine con nosotros. Eso permite que, pese a ser una industria poderosísima, tenga una cierta capacidad de ser revolucionario, de no estar engullido por la lógica del capitalismo. Nunca es una actividad inocente o banal.
En su origen fue concebido como un efímero modo de entretenimiento. Pero su evolución ha mostrado cómo el cine independiente es un instrumento cargado de futuro. Pero todo él, no solo el que se ha desarrollado fuera de los circuitos de producción ordinarios, sino hasta el de serie B y los blockbuster, puede tener eficacia transformadora de la vida de las personas. Realizamos un pacto ficcional con cada película por el que estamos dispuestos a creer por un tiempo que se puede viajar al espacio, al pasado o a los puentes de Madison; a creer a priori lo que el director nos va a contar, pero ha de hacerlo bien. Sin ese pacto, nos sentimos estafados.
Ver un filme es preguntarse, de forma más o menos consciente, qué está ocurriendo en la pantalla, qué nos está diciendo, qué tiene que ver con nosotros. Es una actividad profundamente política. Una forma de poder que crea formas de poder. Tal vez por eso todo orden establecido ha desconfiado de él; y lo regula o prohíbe.
Nos parece que ese conjunto de filmes van, en su conjunto, dibujando una teoría, un retrato, una definición de la condición humana tal como la vemos en el siglo XXI. Desde luego no es la única manera de hacerlo, pero esta es apasionante, profunda y conmovedora. Además de artística.
Con este artículo inauguramos una serie destinada a analizar cada uno de ellos y a reflexionar sobre lo que de cada uno aprendemos acerca de lo que somos y de lo que podemos ser…, para bien y para mal. No se trata de un ejercicio meramente intelectual o cinéfilo. Se trata de alisar estrías, de facilitar el nomadismo, de aprender a desear lo que deseamos…, de cine, vamos.